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EL FIN DE LA DEMOCRACIA

Creo, sinceramente, que la democracia ha muerto. No es ninguna novedad, parece evidente que se trata de algo totalmente acabado de lo cual solo queda su representación formal.

A lo que me refiero es que me temo que no tardando demasiado, va a perder incluso eso, es decir, vamos a ir (una vez más) a gobiernos autoritarios.

Y lo que es mucho peor, ni siquiera existe la remota posibilidad de que esos gobiernos sean, al menos, de izquierdas.

Nunca he creído en la democracia. La democracia, ya en origen era un jueguecito de las elites que dejaba fuera a los desfavorecidos lo cual sigue sucediendo, ya que solo pueden permitirse ser demócratas los países más  o menos ricos.

No obstante, hasta hace no mucho, suscribía aquel principio de que la democracia es odiosa pero es mejor que cualquier otro sistema que se haya puesto en práctica.

Pero esto se ha acabado. Ese principio ya no es válido para el mundo al que vamos porque ya no existirá nada de lo “pasable” que tenía la democracia.

Particularmente me gustaría una revolución de arriba abajo, al precio que fuera y que acabase de una vez por todas con el capitalismo y los capitalistas.

Se dirá, con razón, que todos los experimentos de izquierda han fracasado y que han generado gobiernos peores aún que los capitalistas.

Sin embargo, creo que es posible y que sería absolutamente deseable que, huyendo de dogmas, se elaborase una nueva teoría radical de izquierdas que aprendiese de los errores cometidos y recuperase la idea inicial, la idea más bella y más justa de cualquier ideología.

Este es el quid de la cuestión, ¿Cómo se puede apoyar una idea –la capitalista- que ya en origen es perversa?.

Si el mundo perfecto es aquel en el que se protege la propiedad privada sin ningún tipo de límite y en el que se justifica la desigualdad basándose en la libre competencia, apaga y vámonos.

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