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EL TRABAJAR ES UN DON DE DIOS Y ES MUCHO MEJOR HACERLO CANTANDO (Manolo Escobar dixit)

 

 

Como ya sabréis, cultos lectores, la palabra trabajo viene del latín tripalium,  instrumento de tortura al que se ataba al reo.

La cultura judeocristiana también tiene claro el concepto, el trabajo es el castigo divino que Dios aplicó al hombre por su soberbia y jactancia, mientras que a la mujer le reservó los dolores del parto y molestias de la dismenorrea (las características del vocablo abundan en la teoría acerca de los remotos orígenes de Euskadi).

Esta realidad se mantuvo durante muchos siglos dando lugar, no solo a que la Iglesia, para evitar los conflictos sociales, pergeñase la milonga de que el trabajo dignificaba y que los ricos lo tenían fatal para entrar en el Cielo, sino que dio lugar, en el caso de España, a toda una literatura específica, epítome de nuestro acervo cultural.

Pero toda esta sabiduría,  hace años que está en declive fruto, como no, de influencias extranjeras y seguramente masonas o de los iluminati, que han elevado el trabajo,  de su auténtica condición,  a la categoría de un bien que no solo dignifica a quien lo tiene y lo ejecuta con esmero, sino que constituye la base de nuestro entramado social.

Para muestra la canción del insigne Don Manolo, que da título a esta reflexión.

Es patente que religiones como la calvinista o la puritana con su concepto de que más que esperar la recompensa en el Cielo, Dios ya la otorga en la tierra a los que la merecen han sido responsables en parte de este cambio pero, en la base de todo está la “gran mentira” que sustenta el sistema capitalista.

La “gran mentira” que es el pilar del sistema (agotada ya la milonga de la Iglesia antes citada), consiste en el concepto de que con esfuerzo y tesón, haciendo bien el trabajo, siendo proactivo y toda una sarta de sandeces similares, puede lograrse cualquier cosa. Es decir, cualquier persona y de cualquier condición, si se esfuerza,  logrará aquello que se proponga.

No me dedicaré a desmontar semejante estupidez, solo apuntaré que las escasísimas (muy escasísimas) historias acerca de personas que supuestamente han conseguido semejante proeza son en su mayoría falsas.

Para muestra un botón. Yo he llegado a leer que Emilio Botín era un hombre que se había hecho a sí mismo ya que empezó como botones en el Banco de Santander. Se omite en esa historia el “detalle” de que su familia era la propietaria del Banco desde tiempos inmemoriales.

A nadie le gusta asumir que lo que tiene lo ha obtenido por chiripa, por enchufe,  por herencia o por casualidad cuántica, por eso se inventan  historias de esfuerzo, tesón e ingenio.

Pero esta no es la cuestión, la cuestión es la  perversión del concepto “trabajo”.

Vamos a ver si nos entendemos, el trabajo es aquella actividad remunerada que se realiza por necesidad, o sea en contra de la voluntad del que la realiza (como los reos que portaban el tripalium), todo lo demás, pura y llanamente NO ES TRABAJO. Llamémosle trobojo o tribujo pero no es un trabajo.

Por tanto no se puede decir  que un trabajo gusta, es una auténtica aberración, eso, insisto, NO ES UN TRABAJO.

Las personas a las que realmente les gusta su trabajo (no las que lo dicen por aceptación, resignación o por quedar bien) son porcentualmente un número bajísimo, sin embargo, son las que más suelen pontificar acerca de lo que desconocen…el trabajo.

Este “colectivo” genera el lógico y legítimo odio entre aquellos que sí trabajan, dado que los ven (y tienen toda la razón) como unos privilegiados que encima se atreven a dar lecciones a los demás.

La pregunta para detectar a un trabajador falso de uno auténtico es bien simple ¿Continuarías haciendo lo que haces si te tocasen 100 millones de euros ó 10, ó 1 (a menos suma más trabajador).

Por su propia naturaleza a estos falsos trabajadores es difícil incardinarlos en colectivos ya que, en principio, en cada profesión o trabajo que nos imaginemos habrá algún porcentaje  de personas a las que les guste realizar dicho trabajo (gente rara hay en todas partes).

Sin embargo existe un colectivo en el que (por lo menos es lo que los miembros de ese colectivo suelen vender) existe el mayor número de estos falsos trabajadores y es por eso que es fuertemente odiado o incomprendido.

Me refiero, naturalmente, a los autores en sus múltiples facetas, es decir, desde la propiedad industrial, hasta la intelectual  y a los artistas.

No es algo nuevo, de siempre se consideró, por ejemplo, a los cómicos gentes de mal vivir y dadas a la molicie. En la base está el odio (insisto, legítimo) de los que trabajan frente a los falsos trabajadores.

Pero los cómicos por seguir con el ejemplo, solían malvivir lo cual encajaba en el concepto del trabajador de verdad; vale, no trabaja, pero malvive, lo cual no alteraba la lógica de las cosas.

Sin embargo, encajar que fulano o mengano se dedican a hacer aquello que otros muchos desearían (pero que no pueden porque trabajan) y encima cobran y en algunos casos, mucho o muchísimo, es de muy difícil digestión.

Ni siquiera es necesario entrar en hasta qué punto el que triunfa en esos mundos (o en otros) lo es por méritos propios, por impostura o, como siempre, por la indeterminación cuántica “heisembergiana”, es que conceptualmente no puede aceptarse por los que de verdad trabajan.

Por tanto, y dado que nada es gratis en este mundo, tener el privilegio de ser un falso trabajador, lleva como “torna” resultar absolutamente odioso a la gran mayoría en el momento en que pretenden equipararse a los trabajadores de verdad y proteger sus derechos.

Es decir, el trabajador A admira e incluso venera al no-trabajador B, pero si el no-trabajador B, reivindica derechos como trabajador probablemente pase del amor al odio de forma casi inmediata.

Ahí está el quid de la cuestión. Los trabajadores de verdad tienen derechos, los otros privilegios y no se hizo una revolución para mantener privilegios sino para erradicarlos.

Conclusión: los no-trabajadores, en especial si están bien remunerados, (y a pesar de lo que en alguno de esos colectivos les gusta jugar a ser de izquierdas) harían bien en mantenerse calladitos y al margen de cualquier revolución ya que (y así lo hizo, por ejemplo Mao, sabiamente en su revolución cultural) suelen ser un obvio y legítimo objetivo.

1 comentario

Igancio -

El trabajo es penosa obligación a cambio de una remuneración, normalmente paupérrima. Estamos hechos para vivir con el mínimo esfuerzo necesario para sobrevivir. Nos llena más lo que nos gusta que las obligaciones. El trabajo NO DIGNIFICA al hombre y por supuesto el trabajo NO ES SALUD.
Ignacio